La historia del edificio más antiguo de EE.UU: expoliado de un pueblo de Segovia y mal reconstruido en una calle de Miami

La historia del edificio más antiguo de EE.UU: expoliado de un pueblo de Segovia y mal reconstruido en una calle de Miami

Está a punto de cumplirse un siglo de uno de los más desconocidos saqueos de la Historia que llevó hasta Miami piedra a piedra un monasterio cisterciense del siglo XII. Hemos hablado con la bisnieta de quien vendió esta joya medieval, con los hijos de quienes desmontaron y acarrearon esas piedras que dejaron este país bajo la etiqueta de "material de construcción"
La historia del edificio más antiguo de EE.UU: expoliado de un pueblo de Segovia y mal reconstruido en una calle de Miami

En 1925, el magnate de la prensa William Randolph Hearst -el mismo que inspiró la película 'Ciudadano Kane'- se encaprichó de un monasterio cisterciense que fue desmontado piedra a piedra, trasladado a Nueva York, olvidado y finalmente reconstruido en Miami, pero al parecer con notables diferencias respecto al original. En su día, la revista Times lo calificó como "el mayor rompecabezas de la historia". Hoy es la construcción más antigua de EEUU. Su origen está en un pequeño pueblo de Segovia, en Sacramenia.
"Fue mi bisabuelo Carlos Guitián quien lo vendió. Desagraciadamente, desde la óptica del siglo XXI, la venta del claustro y la sala capitular es una aberración, pero en aquella época estaba lleno de maleza y no se valoraban las piedras. Tristemente le hicieron una oferta y se lo llevaron con el consentimiento del gobierno de aquel momento". Mercedes Colorado de la Fuente recuerda que la oferta fue de 40.000 dólares de la época, equivalente a unos 650.000 euros de hoy. Para su bisabuelo aquello no era más que una vieja construcción en mitad de una de sus fincas de uso agrícola y ganadero.

El silencio del pueblo
El pequeño pueblo de Sacramenia calla. Acostumbrados a no tener voz, solo vieron un futuro inmediato lleno de trabajo por hacer. Había que desmontar el monasterio entero. Mercedes recuerda conversaciones con quienes participaron en el traslado, "decían puf, qué bien porque qué jornales pagaban. Es decir, el pueblo no dijo ni mu porque no se daba valor a las piedras y lo que sí había era hambre era necesidad".

Daniel es el hijo de Elías, uno de los muchos entonces jóvenes del pueblo que vieron doblar sus pobres ingresos "mi padre llevaba el carro -tirado por burros- lleno con cajas numeradas al ferrocarril de Peñafiel. Le pagaban 25 pesetas por viaje que duraba 8 horas ida y vuelta. Ahí se lo llevaban, cosas de América, pobreza de España"

Solo queda la iglesia y el refectorio
La Iglesia del monasterio -de extraordinaria belleza y tamaño poco habitual- no se la pudo llevar Hearst (era propiedad del obispado). Mercedes de la Fuente ha fregado ese suelo miles de veces porque creció entre sus paredes mientras aprendía sola- a admirar aquel románico puro, esos sillares con 900 años de historia, "el refectorio no se vende, el refectorio de los frailes lo usábamos como cuadra. Teníamos unas vacas muy ilustradas con arcos románicos. Desde los 5 años yo iba con la llave que era más grande que yo a enseñar la iglesia. Iban muchos turistas para la época, 15 o 20, alemanes, franceses y aprendía de lo que decían. Se fijaban sobre todo en los capiteles porque no hay dos iguales".

La iglesia de Santa María la Real está hoy en manos privadas.

35.784 bloques de piedra
Del desmontaje del claustro y la sala capitular se encarga Santos López, un constructor local, de Sacramenia. "Todas las piedras tenían que pasar por mi padre. Cerraba las cajas y ponía con unos moldes el número y la letra que correspondía. Mi padre fue el que desmontó todo el claustro. Antes de eso lo dejó dibujado en planos inmensos de dos metros de largo". Planos que han sido sustraídos a la familia, recuerda Antonio López con tristeza.

Cuando las piedras llegaron a EEUU, una epidemia de fiebre aftosa que sufría España obligó a quemar el heno que protegía cada pieza, las sacaron de las cajas, y se creó el caos: los números y letras que hilaban el puzzle desaparecieron. Despedazado, el monasterio pasa más de 20 años abandonado en un almacén de Brooklyn.

Antonio López, nacido y criado en Sacramenia, desvela que no todas las piedras arrumbadas eran milenarias, "cuando se rompía alguna piedra al desmontarla, hacían una nueva, las tapaban con estiércol durante un tiempo y cuando las sacaban eran exactamente iguales que las otras".

Giro de guion
En 1953, tras la muerte de Hearst, dos emprendedores compran a sus herederos las piedras olvidadas por medio millón de dólares. Quieren crear una nueva atracción turística en la próspera Miami. La revista Time lo califica entonces como "el mayor rompecabezas de la historia", y aquí viene el giro que desvelamos en Hora 25: el monasterio está mal reconstruido. Antonio era un niño cuando dos periodistas llegaron en el coche de línea y preguntaron por su padre, "llevaban en la mano una revista de Miami que incluía una fotografía del monasterio ya reconstruido. Mi padre nada más ver aquella fotografía dijo, "esto no es así, aquí hay algo mal". Me pidió que subiera al desván a por los planos". El constructor explicó a los dos sorprendidos periodistas las diferencias entre el monasterio original y el reconstruido en Miami. Prometieron volver. Nunca lo hicieron.

Antonio Pérez nunca preguntó a su padre los detalles del error. En su memoria hay un recuerdo más importantísimo y envuelto en bruma, "yo he oído decir a mi padre que el tío este sobornaba a la gente para que las piedras pudieran viajar. Le llamaban el lobo..." -y ahí la memoria falla.

El "tío este", aquel "lobo sin apellido" es Arthur Byne, un especulador con apariencia de experto en arte y presunto hispanista, que trabajó para Hearst y para otros multimillonarios y que llegó a ser condecorado por el rey Alfonso XIII por su labor de difusión de la cultura. Tal cual.

Traslado ilegal y sin marcha atrás
De la ilegalidad de este expolio, como de otros muchos que se produjeron en aquellas décadas, sabe Carolina del Vequio portavoz del Monasterio de San Bernardo de Claraval, que es como se conoce ahora al claustro, "todo lo que sacó de España en aquella época fue ilegal lógicamente".

Nunca se ha reclamado ese tesoro medieval, hoy escenario de actividades que poco tienen que ver con la oración, "se hacen todo tipo de eventos: fiestas de aniversarios, desfile de moda, vídeos musicales, películas" pero sobre todo bodas a 11.000 euros más o menos si tus invitados rondan los 200. Ese dinero sirve para mantener el conjunto histórico afectado por el calor y la humedad, por un clima completamente opuesto al de su castilla natal, aunque Carolina del Vequio no reconoce daños, "hemos pasado huracanes y todo tipo de inclemencias, pero a día de hoy está todo bien". Sí admite, sin embargo, fallos en la construcción, "sabemos que el monasterio está torcido"; pero eso, claro, no aparece en los folletos.

 

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Fuente: Cadena Ser